La democracia

Democracia es un término acuñado en la Atenas del IV a.C. para denominar al “gobierno de los demos”, nombre con el que los atenienses designaban a los barrios de su polis. El término hacía referencia entonces, al gobierno de la gente común o de los ciudadanos, que constituían la mayoría de los hombres libres que habitaban la polis. A diferencia de las experiencias políticas anteriores, en las que el gobierno había estado en manos de los nobles o los ricos, la democracia ateniense aparecía como el gobierno de los iguales, de los hombres libres, y por tanto como la primer forma de autogobierno de Occidente. 
Durante la modernidad, la democracia ateniense resurgió con otra vitalidad y con otro contenido, para dar respuesta, desde otros valores, a problemas nuevos. 
La democracia moderna ha sido el resultado del aporte de diferentes corrientes o tradiciones políticas que confluyeron en su origen y su posterior desarrollo: la tradición liberal que defiende las libertades individuales y los derechos humanos fundamentos de la vida privada y límite del poder político, la tradición republicana que impulsa el protagonismo de los ciudadanos, la soberanía popular, y el valor de las instituciones que aseguran la representación política, la sujeción a la ley y un gobierno de poder limitado. Finalmente, hay quienes reconocen una tradición democrática que afirma el principio del autogobierno ejercido a través de los mecanismos de la representación mayoritaria. 
Mientras algunos autores (Mouffe, 2003) reconocen dos de estas corrientes y las señalan como mutuamente excluyentes, otros (O´Donnel, ) (Touraine, 1998), en cambio, reconocen que las democracias contemporáneas constituyen una compleja síntesis de democracia, liberalismo y republicanismo. 
En esta última línea de pensamiento, Alain Touraine ha identificado tres dimensiones, que se integran de manera diversa para dar lugar a la democracia contemporánea: el respeto a los derechos fundamentales, la ciudadanía y representatividad de los dirigentes. 
“La yuxtaposición de la representación, la ciudadanía y la limitación del poder por los derechos fundamentales –afirma el autor- no basta para constituir en todos los casos la democracia. Y, si no hay principio más general que esos tres elementos, es preciso concluir que el vínculo que los une y los obliga a combinarse es sólo negativo: consiste precisamente en la ausencia de un principio central de poder y legitimación. El rechazo de toda esencialidad del poder es indispensable para la democracia, lo que expresa concretamente la ley de la mayoría. Ésta no es el instrumento de la democracia más que si se admite que la mayoría no representa ninguna otra cosa que la mitad más uno de los electores, que, por lo tanto, se modifica constantemente, que incluso pueden existir “mayorías de ideas”, cambiantes según los problemas a resolver”. (Touraine, 1998) 
El politólogo norteamericano Robert Dahl, estudió la democracia como régimen político a partir del análisis de las sociedades contemporáneas. El autor concluyó que si bien la democracia se funda en un conjunto de principios de valor universal, en la práctica es irrealizable en plenitud. Por eso, Dahl, prefiere denominar poliarquías a las democracias del “mundo real” y caracterizarlas a través de un mínimo de instituciones fundamentales: el derecho al voto universal, el derecho a ser electo, elecciones competitivas, libres y justas, la dependencia de las instituciones públicas del voto popular, y las libertades de asociación, de expresión y de prensa. 
Sin embargo, se ha señalado que para comprender acabamente la democracia, se deben considerar tanto sus características reales, como los principios y valores que involucran. “Lo que la democracia sea, no puede separarse de lo que la democracia debiera ser” (Sartori,1998). 
Así caracterizada, la democracia es un régimen político deseable porque ofrece condiciones para promover el respeto por el pluralismo, la igualdad, la participación y los derechos, y por tanto se presenta como antítesis de las diversas formas de autoritarismo
Las condiciones señaladas, determinan la presencia de regímenes democráticos y la calidad de los mismos. 
Muchos autores han incursionado en esta temática. 
Algunos, analizando los procesos de democratización, signados por las transformaciones políticas que permitieron instituir regimenes democráticos en sociedades donde estos habian estado ausentes por distintos motivos. En esta línea de análisis, el politólogo estadounidense Samuel Huntington identificó distintas olas de democratización -tansiciones de un régimen no democrático a otro democrático- durante el siglo XX. 
Otros autores, estudiando el nivel de afianzamiento de las instituciones y los principios democrátcos. han identificado democracias consolidadas frente a democracias imperfectas. Y dentro de estas últimas, el politólogo argentino Guillermo O´Donell ha ubicado a las democracias delegativas latinoamericanas, con ciudadanos desinteresados de los asuntos políticos, y gobiernos personalistas que actúan frecuentemente al margen de las normas legales y los controles institucionales. 

Bibliografía
Bobbio, Norberto. (2006). Estado, Gobierno y Sociedad: por una teoría general de la política. México: Fondo de la Cultura Económica, Dahl, Robert. (1992). La democracia y sus críticos. Barcelona: Paidós.
Mouffe, Chantal. (2003). La paradoja democrática, Barcelona, Gedisa.
O’Donnell, Guillermo. (2007). Disonancias: Críticas democráticas a la democracia. Buenos Aires: Prometeo Libros.
O’Donnell, Guillermo. (1993). Estado, democratización y ciudadanía. Nueva Sociedad. Nº 128, pp. 62-87.
Sartori Giovanni. (1998). Teoría de la democracia, el debate contemporáneo. Madrid: Alianza Editorial.
Touraine, Alain. (1998). ¿Qué es la democracia? Buenos Aires: Fondo de la Cultura Económica.

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